- Siéntate con la espalda recta. El pecho, el cuello y la cabeza deben estar bien erguidos.
- Evita el contacto con la tierra o con otras personas durante la meditación.
- Inhala profundamente. Exhala lentamente.
- Inhala profundamente. Exhala lentamente.
- Inhala profundamente. Exhala lentamente.
Permite que el cuerpo se relaje. Que esa relajación se manifieste en el cuello, los hombros, las manos, el pecho, los dientes, el estómago, los dedos, la espalda, los muslos, las rodillas, las pantorrillas y los pies. Mantén tu cuerpo sentado, firme y quieto, pero relajado.
Coloca una llama firme y recta frente a ti. La luz de esta llama representa a la divinidad. La luz es Dios y Dios es la luz. Mira esa llama con los ojos bien abiertos. Concentra la mirada en esa llama sin parpadear. Siente inmensa gratitud hacia la luz de la llama. Luego entrecierra los ojos. Traslada imaginariamente esa llama dentro tuyo, al entrecejo. Siente la llama en el entrecejo. Haz conciencia del brillo que irradia desde el entrecejo.
- Inhala profundamente. Exhala lentamente.
- Inhala profundamente. Exhala lentamente.
- Lléva suave y amorosamente la llama al interior de la cabeza.
Lentamente, mueve la llama hacia abajo por el interior de tu cuerpo, y deposítala en la flor de loto que se encuentra en el corazón. Observa cómo, ante el resplandor de la llama, se abren los pétalos de esa flor. Imagina que del corazón así iluminado, salen rayos de luz para bañar gradualmente todas las partes del cuerpo, iluminándolo con santidad y pureza. La oscuridad en tu vida se disipa por la resplandeciente belleza de la llama.